2
Si el aumento demográfico no descalifica por si la pretensión de la supremacía urbana sobre la campiña en
todo el interior del país, debe estarse a la importancia económica de las zonas rurales del interior no portuario, donde
descansa la producción principal: ganadería, con notable importancia en la cría y comercio de mulas, engorde de
bovinos y la no tan rentable pero imprescindible hacienda caballar. Todo ello complementado por producciones
artesanales que no requerían de muchos participantes, dispersas por todos los puntos de los territorios provinciales.
Tales actividades eran relevantes en cuanto al abastecimiento de los elementales requerimientos del consumo
interno y dejaban algunos excedentes para la comercialización. El litoral tenía una producción esencialmente
ganadera, donde obviamente el campo resultaba fundamental.
En síntesis: diseminada por todo el interior, la base productiva era la campaña y, esquemáticamente, le
correspondía a la ciudad el rol mercantil e institucional. Pese a la incuestionable primacía de la población rural y a un
sostén económico esencialmente campestre y dispersa, la ciudad mantiene la preeminencia política; con el transcurso
de las guerras de la independencia y al calor de la libertad, la campaña adquiere una nueva dimensión de
trascendencia, social, militar y finalmente, política.
La irrupción y sus proyecciones
A los campesinos la revolución los hace participes, voluntarios e involuntarios a veces, a través de la batalla y
con ello de la cosa pública. El proceso es elemental: requiere de un caballo, una lanza y un hombre de coraje. El litoral
es más intenso, se van incorporando de diversas formas hasta lograr la unión de varias provincias.
Hay centenares de criollos e indígenas, anónimos, que no saben leer y que ignoran la existencia de la Gazeta,
que pasan a batallar oscuramente por la patria, sin gran organización.
Desde otro lado, en la Banda Oriental rugen ambos en la campaña y se gestan a partir del notable éxodo de la
población rural que acompaña masivamente a Artigas. Se establece allí “la otra capital”, en Purificación.
Ellos harán resonar los cascos sobre el mar verde de las pampas y el litoral. Después, aunque sigilosos, se
descolgará su tropel de las sierras de nuestro norte y oeste. Son muchos. Una montonera: “Montoneros”. Su grito es
desordenado y que desordena, invade ciudades y literaturas. Se los equiparará a la barbarie. Son parte del pueblo,
por lo general federales y nombre se asocia indeleblemente al federalismo.
Dice en sus memorias, uno de sus mayores adversarios, “el manco” Paz: “Los federales o montoneros se batían
con el mas denodado valor, su entusiasmo degeneraba en el más ciego fanatismo y su engreimiento por causa de sus
multiplicadas victorias sobre las tropas de Bs As se parecía al delirio…”.
Desde entonces montoneros, caudillos y federalismo serán una trilogía que marcará los acontecimientos del
país en el siglo XIX. La incomprensión, el rechazo y la represión de ese fenómeno inesperado y novedoso, en vez de
evitarlo, lo potenció.
El federalismo así constituido como trilogía excede largamente la mera expresión de una forma de estado, y
se extiende a una nueva forma de participación y de representación: “cada lanza, un voto”. Es también una expresión
de poder distinto: comienza a definirse en cuanto a actitud política como opuesta al centralismo y toda vez que se
identificaba al centralismo como el liberalismo, va adquiriendo también un cariz antiliberal.
El origen institucional
La doctrina moderna se refiere a la cuestión federal como forma de Estado: “el poder estatal en relación con
la base física del territorio”, esto es, que el poder se encuentra repartido en cuantas comunidades políticas, provincias
o “estados” autónomos haya dentro del Estado, y que se han reservado una esfera de derechos, pero con una sola
soberanía que reside en el estado federal. Es una unión indestructible de estados indestructibles.
También se reconoce la Confederación de estados, donde subsisten los Estados soberanos que la componen
como entidades independientes, pero “disponiendo una reducida porción del ejercicio de su soberanía a favor de un
órgano, comúnmente denominado dieta, encargado de acordar las medidas a tomar y que, por ser obligatorias para
los componentes, deben ser aprobadas por cada uno de ellos.
Desde el punto de la teoría política, entonces, puede distinguirse la simple alianza, del Estado Federal y de la
Confederación de Estados; pero como ellos se configuran en la práctica en distintos grados, en el siglo XIX la
terminología solía referirse indistintamente a los términos federación o confederación para indicar cualquier estadio
de aquellos.
Algunos historiadores pretenden hallar antecedentes del federalismo ya en la misma revolución de Mayo;
empero, no hay ningún soporte documental ni político para ello. Tampoco resulta correcta la inferencia lineal y a
priori sobre la existencia de reglas federales, asentada en la retroversión de la soberanía a los pueblos manifestada
el 22 de mayo, puesto que ello se refería a una cuestión de representación y no de forma de estado.