TRES ENSAYOS DE
LA TEORÍA SEXUAL
SIGMUND FREUD
No hay duda de que los Tres ensayos de teoría sexual
son, junto a La interpretación de los sueños, las más
trascendentes y originales contribuciones de Freud al
conocimiento de lo humano. Sin embargo, en la forma en
que estamos habituados a leer estos ensayos, es difícil
evaluar con precisión el impacto que causaron cuando se
publicaron por primera vez, ya que en las ediciones que se
sucedieron a lo largo de veinte años su autor introdujo en
ellos más modificaciones y agregados que en
cualesquiera otros de sus escritos (salvo, quizás, en La
interpretación de los sueños). (…)
Por ejemplo, probablemente cause sorpresa el hecho de
que las secciones sobre las teorías sexuales infantiles y
sobre la organización pregenital de la libido (ambas en el
segundo ensayo) fueran incorporadas en su totalidad
recién en 1915, diez años después de la primera edición.
También en esa fecha se añadió, en el tercer ensayo, la
sección sobre la teoría de la libido. No sorprende tanto, en
cambio, que los avances de la bioquímica obligasen a
reescribir (en 1920) el párrafo sobre las bases químicas de
la sexualidad. Aquí la sorpresa obra más bien en sentido
contrario, pues la versión original de dicho párrafo, (…)
revela la notable anticipación de Freud en este aspecto y
cuan pocas modificaciones debió introducir en sus puntos
de vista.
Pero, a pesar de los considerables agregados que tuvo el
libro luego de su primera publicación, lo esencial ya
estaba en él en 1905 y, en verdad, puede encontrársele
antecedentes en fechas aún anteriores. Gracias a la
publicación de la correspondencia con Fliess (1950-2) es
hoy posible seguir en detalle toda la historia del interés de
Freud por este tema; aquí bastará delinearla
someramente. Las observaciones clínicas realizadas por
Freud acerca de la importancia de los factores sexuales
en la causación de la neurosis de angustia y la
neurastenia, primero, y más tarde de las psiconeurosis,
fueron las que lo llevaron a efectuar una amplia
investigación sobre la sexualidad. Sus primitivos enfoques
del tema, a comienzos de la década de 1890, partían de
premisas fisiológicas y químicas. Por ejemplo, en su
primer trabajo acerca de la neurosis de angustia (1895?)
se halla una hipótesis neurofisiológica sobre los procesos
de excitación y descarga sexuales; y un notable diagrama
que ilustra esta hipótesis se encuentra en el Manuscrito G
de la correspondencia con Fliess, que data más o menos
de la misma época (aunque ya había sido mencionado un
año antes, en el Manuscrito D, escrito probablemente en
la primavera de 1894). La insistencia de Freud en la base
química de la sexualidad también se remonta a esa época
(se alude a ella en el mencionado Manuscrito D). En este
caso Freud creía deber mucho a las sugerencias de
Fliess, como lo demuestra, entre otros lugares, en sus
asociaciones al famoso sueño de la inyección de Irma, del
verano de 1895 (La interpretación de los sueños, capítulo
II). También estaba en deuda con Fliess por las
afirmaciones de este respecto del tema conexo de la
bisexualidad, al que Freud hace referencia en una carta
del 6 de diciembre de 1896 (Carta 52) y más tarde llegó a
considerar como un «factor decisivo» (pág. 201), si bien
su opinión definitiva acerca de la acción de tal factor
originó su discrepancia con Fliess. En esa misma carta de
fines de 1896 hallamos la primera mención de las zonas
erógenas (susceptibles de estimulación en la infancia pero
más tarde sofocadas) y su nexo con las perversiones. Y a
comienzos de ese año (Manuscrito K, del 1ro de enero de
1896) y aquí nos encontramos con indicios de un
enfoque más psicológico somete a examen los poderes
represores, el asco, la vergüenza y la moral.
Sin embargo, aunque tantos elementos de la teoría de
Freud sobre la sexualidad estaban ya presentes en su
mente hacia 1896, debía aún descubrir su piedra angular.
Desde el comienzo tuvo la sospecha de que los factores
causales de la histeria se remontaban a la niñez; se alude
a ello en los párrafos iniciales de la «Comunicación
preliminar» de 1893, y en 1895. Freud ofrecía una
explicación completa de la histeria basada en los efectos
traumáticos de la seducción sexual en la primera infancia.
Pero en todos estos años anteriores a 1897 la sexualidad
infantil sólo se consideraba un factor latente, capaz de ser
sacado a luz, con resultados catastróficos, únicamente
mediante la intervención de un adulto. Cierto es que del
contraste trazado por Freud entre la causación de la
histeria y de la neurosis obsesiva podría inferirse una
excepción a ello: según Freud la primera tenía su origen
en experiencias sexuales pasivas de la niñez, y la
segunda en experiencias sexuales activas; pero al
establecer esta distinción, en sus «Nuevas
puntualizaciones sobre las neuropsicosis de defensa»
(1896?), Freud deja bien en claro que las experiencias
activas subyacentes en la neurosis obsesiva han sido
invariablemente precedidas por experiencias pasivas de
modo tal que, una vez más, la movilización de la
sexualidad infantil obedecía en última instancia a la
interferencia externa. No fue sino en el verano de 1897
que Freud se vio obligado a abandonar su teoría de la
seducción. Le anunció a Fliess este acontecimiento en su
carta del 21 de setiembre (Carta 69), y su descubrimiento
casi simultáneo del complejo de Edipo en su autoanálisis
(Cartas 70 y 71, del 3 y el 15 de octubre) lo llevó
inevitablemente a advertir que en los niños más pequeños
operaban normalmente impulsos sexuales sin ninguna
necesidad de estimulación externa. Con este hallazgo, la
teoría sexual de Freud ya estaba realmente completa.
Pese a ello, le llevó algunos años avenirse por entero a su
propio descubrimiento. Verbigracia, en un pasaje de «La
sexualidad en la etiología de las neurosis» {1898) se
pronuncia en parte a favor y en parte en contra de él.
Afirma que los niños tienen la capacidad para «cualquier
función sexual psíquica y para muchas somáticas» y que
es erróneo suponer que su vida sexual comienza en la
pubertad; pero, por otro lado, declara que «la organización
y evolución de la especie humana procura evitar cualquier
actividad sexual considerable en la niñez», que las
mociones sexuales de los seres humanos deben
acumularse para ser liberadas sólo en la pubertad, y que
esto explica por qué las experiencias sexuales de la niñez
están destinadas a ser patógenas. Lo importante, continúa
diciendo, son los efectos posteriores producidos por tales
experiencias en la madurez, debido al desarrollo del
aparato sexual somático y psíquico que entretanto, ha
tenido lugar. Hay incluso en la primera edición de La
interpretación de los sueños un pasaje curioso (AE, 4,
pág. 149), en el cual sostiene que «juzgamos dichosos a
los niños porque todavía no conocen el apetito sexual».
(En 1911 corrigió este pasaje en una nota al pie según
Ernest Jones, a sugerencia de Jung.) Esto era sin lugar
a dudas un remanente de un borrador previo del libro, ya
que en otros lugares de la obra (p. ej., en su examen del
complejo de Edipo, en el capítulo V) se refiere
inequívocamente a la existencia de deseos sexuales aun
en los niños normales. Y es evidente que cuando escribió
su historial clínico de «Dora» (a comienzos de 1901) ya
estaban firmemente establecidos los lineamientos
principales de su teoría de la sexualidad.
No obstante, Freud no tenía prisa por dar a publicidad sus
resultados. Estando ya terminada y a punto de aparecer
La interpretación de los sueños, el 11 de octubre de 1899
le comenta a Fliess (Carta 121): «Una teoría de la
sexualidad puede muy bien ser la sucesora inmediata del
libro sobre los sueños»; y tres meses después, el 26 de
enero de 1900, escribe (Carta 128): «Estoy reuniendo
material para la teoría de la sexualidad, a la espera de que
alguna chispa venga a encender todo el material
acumulado». Pero la chispa tardaría mucho tiempo en
producirse. Aparte de su breve ensayo Sobre el sueño y
de la Psicopatología de la vida cotidiana, que aparecieron
antes del otoño de 1901, Freud no publicó ningún trabajo
importante en los cinco años siguientes.
Luego, de pronto, en 1905 dio a luz tres obras
fundamentales: su libro sobre El chiste y su relación con lo
inconsciente, los Tres ensayos y el caso «Dora». Se sabe
con certeza que este último había sido redactado en su
mayor parte cuatro años atrás; fue publicado en octubre y
noviembre de 1905. Las otras dos obras fueron publicadas
casi simultáneamente unos meses antes, aunque se
ignora la fecha exacta.
En las ediciones alemanas, sólo el primer ensayo tenía las
secciones numeradas (y en verdad, hasta 1924 esa
numeración llegaba únicamente hasta la mitad de dicho
ensayo). Para facilitar las referencias, hemos extendido la
numeración al segundo y al tercer ensayos.
James Strachey
I. Las aberraciones sexuales
El hecho de la existencia de necesidades sexuales en el
hombre y el animal es expresado en la biología mediante
el supuesto de una «pulsión sexual». En eso se procede
por analogía con la pulsión de nutrición: el hambre. El
lenguaje popular carece de una designación equivalente a
la palabra «hambre»; la ciencia usa para ello «libido».
La opinión popular tiene representaciones bien precisas
acerca de la naturaleza y las propiedades de esta pulsión
sexual. Faltaría en la infancia, advendría en la época de la
pubertad y en conexión con el proceso de maduración que
sobreviene en ella, se exteriorizaría en las
manifestaciones de atracción irrefrenable que un sexo
ejerce sobre el otro, y su meta sería la unión sexual o, al
menos, las acciones que apuntan en esa dirección. Pero
tenemos pleno fundamento para discernir en esas
indicaciones un reflejo o copia muy infiel de la realidad; y
si las miramos más de cerca, las vemos plagadas de
errores, imprecisiones y conclusiones apresuradas.
Introduzcamos dos términos: llamamos objeto sexual a la
persona de la que parte la atracción sexual, y meta sexual
a la acción hacia la cual esfuerza la pulsión. Si tal
hacemos, la experiencia espigada científicamente nos
muestra la existencia de numerosas desviaciones
respecto de ambos, el objeto sexual y la meta sexual,
desviaciones cuya relación con la norma supuesta exige
una indagación a fondo.
1. Desviaciones con respecto al objeto sexual
La fábula poética de la partición del ser humano en dos
mitades macho y hembra que aspiran a reunirse de
nuevo en el amor se corresponde a maravilla con la teoría
popular de la pulsión sexual. Por eso provoca gran
sorpresa enterarse de que hay hombres cuyo objeto
sexual no es la mujer, sino el hombre, y mujeres que no
tienen por tal objeto al hombre, sino a la mujer. A esas
personas se las llama de sexo contrario o, mejor,
invertidas; y al hecho mismo, inversión. El número de esas
personas es muy elevado, aunque es difícil averiguarlo
con certeza.
A. La inversión
CONDUCTA DE LOS INVERTIDOS: Las personas en
cuestión se comportan de manera por entero diversa en
diferentes respectos.
a. Pueden ser invertidos absolutos, vale decir, su objeto
sexual tiene que ser de su mismo sexo, mientras que
el sexo opuesto nunca es para ellos objeto de
añoranza sexual, sino que los deja fríos y hasta les
provoca repugnancia. Si se trata de hombres, esta
repugnancia los incapacita para ejecutar el acto sexual
normal, o no extraen ningún goce al ejecutarlo.
b. Pueden ser invertidos anfígenos (hermafroditas
psicosexuales), vale decir, su objeto sexual puede
pertenecer tanto a su mismo sexo como al otro; la
inversión no tiene entonces el carácter de la
exclusividad.
c. Pueden ser invertidos ocasionales, vale decir, bajo
ciertas condiciones exteriores, entre las que
descuellan la inaccesibilidad del objeto sexual normal
y la imitación, pueden tomar como objeto sexual a una
persona del mismo sexo y sentir satisfacción en el
acto sexual con ella.
Los invertidos muestran, además, una conducta diversa
en su juicio acerca de la particularidad de su pulsión
sexual. Algunos toman la inversión como algo natural, tal
como el normal considera la orientación de su libido, y
defienden con energía su igualdad de derechos respecto
de los normales; otros se sublevan contra el hecho de su
inversión y la sienten como una compulsión patológica.
Otras variaciones atañen a las relaciones temporales. El
rasgo de la inversión data en el individuo desde siempre,
hasta donde llega su recuerdo, o se le hizo notable sólo en
determinada época, antes o después de la pubertad. Este
carácter puede conservarse durante toda la vida, o bien
desaparecer en algún momento, o bien representar un
episodio en la vía hacia el desarrollo normal; y aun puede
exteriorizarse sólo más tarde en la vida, trascurrido un
largo período de actividad sexual normal. También se ha
observado una fluctuación periódica entre el objeto normal
y el invertido. Particular interés presentan los casos en
que la libido se altera en el sentido de la inversión
después que se tuvo una experiencia penosa con el objeto
sexual normal.
En general, estas diversas series de variaciones coexisten
con independencia unas de otras. En el caso de la forma
más extrema tal vez pueda suponerse regularmente que la
inversión existió desde una época muy temprana y que la
persona se siente conforme con su peculiaridad.
Muchos autores se negarían a reunir en una unidad los
casos aquí enumerados y preferirían destacar las
diferencias entre estos grupos en vez de sus rasgos
comunes, lo cual guarda relación estrecha con la manera
en que prefieren apreciar la inversión. Ahora bien, por
justificadas que estén las separaciones, no puede
desconocerse que se descubren en número abundante
todos los grados intermedios, de suerte que el
establecimiento de series se impone en cierto modo por sí
solo.
CONCEPCIÓN DE LA INVERSIÓN: La primera
apreciación de la inversión consistió en concebirla como
un signo innato de degeneración nerviosa, en armonía con
el hecho de que los observadores médicos tropezaron por
primera vez con ella en enfermos nerviosos o en personas
que producían esa impresión. Esta caracterización
contiene dos notas que deben ser juzgadas
independientemente: el carácter innato y la degeneración.
DEGENERACIÓN: La degeneración está expuesta a las
objeciones que se elevan, en general, contra el uso
indiscriminado de esa palabra. Se ha hecho costumbre
imputar a la degeneración todo tipo de manifestación
patológica que no sea de origen estrictamente traumático
o infeccioso. La clasificación de los degenerados
propuesta por Magnan hace que ni siquiera una actividad
nerviosa de óptima conformación general quede
necesariamente excluida de la aplicación de ese concepto.
En tales circunstancias, cabe preguntarse qué utilidad y
qué nuevo contenido posee en general el juicio
“degeneración. Parece más adecuado hablar de
degeneración sólo cuando:
1)coincidan varias desviaciones graves respecto de la
norma;
2) la capacidad de rendimiento y de supervivencia
aparezcan gravemente deterioradas.
Varios hechos hacen ver que los invertidos no son
degenerados en este sentido legítimo del término:
1. Hallamos la inversión en personas que no presentan
ninguna otra desviación grave respecto de la norma.
2. La hallamos en personas cuya capacidad de
rendimiento no sólo no está deteriorada, sino que
poseen un desarrollo intelectual y una cultura ética
particularmente elevados.
3. Si prescindimos de los pacientes que se nos
presentan en nuestra experiencia médica y
procuramos abarcar un círculo más vasto, en dos
direcciones tropezamos con hechos que prohíben
concebir la inversión como signo degenerativo:
a) es preciso considerar que en pueblos antiguos, en
el apogeo de su cultura, la inversión fue un fenómeno
frecuente, casi una institución a la que se confiaban
importantes funciones;
b) la hallamos extraordinariamente difundida en
muchos pueblos salvajes y primitivos, mientras que el
concepto de degeneración suele circunscribirse a la
alta civilización (Bloch); y aun entre los pueblos
civilizados de Europa, el clima y la raza ejercen la
máxima influencia sobre la difusión y el enjuiciamiento
de la inversión.
CARÁCTER INNATO: Como es lógico, el carácter innato
se ha aseverado únicamente respecto de la primera clase
de invertidos, la más extrema, y por cierto sobre la base
de la afirmación de estas personas en el sentido de que
en ningún momento de su vida se presentó en ellas otra
orientación de la pulsión sexual. Ya la existencia de las
otras dos clases, en especial de la tercera [los invertidos
«ocasionales»], es difícilmente compatible con la
concepción de un carácter innato. Por eso los que
sostienen esta opinión se inclinan a separar el grupo de
los invertidos absolutos de todos los demás, lo que trae
por consecuencia la renuncia a una concepción
universalmente válida de la inversión. De acuerdo con ello,
en una serie de casos esta poseería carácter innato; en
otros, podría haber nacido de otra manera.
Opuesta a esta concepción es la que afirma que la
inversión es un carácter adquirido de la pulsión sexual. Se
apoya en las siguientes consideraciones:
1. En muchos invertidos (aun absolutos) puede
rastrearse una impresión sexual que los afectó en una
época temprana de su vida y cuya secuela duradera
fue la inclinación homosexual.
2. En muchos otros es posible indicar las influencias
externas favorecedoras e inhibidoras que llevaron, en
época más temprana o más tardía, a la fijación de la
inversión (trato exclusivo con el mismo sexo,
camaradería en la guerra, detención en prisiones, los
peligros del comercio heterosexual, el celibato, la
insuficiencia sexual, etc.).
3. La inversión puede eliminarse por vía de sugestión
hipnótica, lo cual sería asombroso si se tratara de un
carácter innato.
Así vistas las cosas, puede ponerse en entredicho la
existencia misma de una inversión innata. Cabe objetar
(Havelock Ellis [1915]) que un examen más preciso de los
casos aducidos en favor de la inversión innata
probablemente traería a la luz también una vivencia de la
primera infancia que fue determinante para la orientación
de la libido. Esta vivencia no se habría conservado,
simplemente, en la memoria consciente de la persona,
pero sería posible hacérsela recordar mediante la
influencia adecuada. De acuerdo con estos autores, la
inversión sólo podría caracterizarse como una frecuente
variación de la pulsión sexual, que puede estar
determinada por cierto número de circunstancias vitales
externas.
No obstante, la certeza que así parece haberse adquirido
cesa por esta observación en contrario: se demuestra que
muchas personas están sometidas a esas mismas
influencias sexuales (aun en la temprana juventud:
seducción, onanismo mutuo) sin por ello convertirse en
invertidas o permanecer duraderamente tales. Así, nos
vemos llevados a esta conjetura: la alternativa innato-
adquirido es incompleta, o no abarca todas las situaciones
que la inversión plantea.
EXPLICACIÓN DE LA INVERSIÓN: La hipótesis de que la
inversión es innata no explica su naturaleza, como no la
explica la hipótesis de que es adquirida. En el primer caso,
es preciso puntualizar qué es en ella lo innato; de lo
contrario se caería en la explicación más burda, a saber,
que una persona trae consigo, innato, el enlace de la
pulsión sexual con un objeto sexual determinado. En el
otro caso, cabe preguntar si las múltiples influencias
accidentales alcanzan para explicar la adquisición sin la
necesaria solicitación de algo que existiría en el individuo.
Según nuestras anteriores puntualizaciones, no es lícito
negar este último factor.
EL RECURSO A LA BISEXUALIDAD: Desde Lydston
[1889], Kiernan [1888] y Chevalier [1893], se ha recurrido,
para explicar la posibilidad de una inversión sexual, a una
serie de ideas que contienen un nuevo disenso con la
opinión popular. Para esta, un ser humano es hombre o es
mujer. Pero la ciencia conoce casos en que los caracteres
sexuales aparecen borrosos y por tanto resulta difícil
determinar el sexo; en primer lugar, en el campo
anatómico. Los genitales de estas personas reúnen
caracteres masculinos y femeninos (hermafroditismo). En
casos raros, las dos clases de aparato sexual coexisten

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