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Cuando Pinamonti fue asignado a San Basilio, el vínculo entre la familia y el
sacerdote continuó.
“Mis padres iban a visitarlo como si fuera un tío”, describió M., y añadió: “A los 12
años dejé de tener vínculo con el cura. Dije que no quería ir más. Empecé a tener
un cuadro de anorexia. Mis papás me llevaron al médico. Tenía bajo peso y otras
cuestiones de salud propias de una persona que no podía expresar lo que le
pasaba”.
Durante muchos años la chica silenció los abusos. Hasta llegó a pensar que era
su culpa porque “el sacerdote era bueno con todos”. “No podía entender que lo
que a mí no me gustaba tenía que ser malo”, describió.
Recién a los 16 años entendió que lo que “le generaba incomodidad en su niñez y
preadolescencia” no era su culpa, sino que había sido víctima de abuso sexual y
que Pinamonti era un abusador.
En 2004, con 17 años y siendo una estudiante universitaria, pudo abrirse por
primera vez con una amiga y contarle lo que le había sucedido. La vida en
aquellos años no fue fácil. Lejos de quedarse sola, M. trataba siempre de estar
reunida con sus amigos de la Universidad, de estudiar en grupo, para mitigar su
dolor.
“Cada vez que me sentaba frente a un libro, me tenía que hacer cargo de mi
historia. Porque, además del abuso, estaba el dolor que se le añade a eso por el
silencio”, detalló M., y agregó: “Estudiar y recibirme fue una lucha muy grande de
voluntad. Por suerte tuve un grupo muy lindo en la Universidad y pasé mucho
tiempo con ellos”.
EL PRIMER PASO PARA SANAR SU HISTORIA
En agosto de 2017, con 30 años, se animó a dar el primer paso. M. le escribió una
carta al obispo Uriona. Éste le respondió, según M, que “iba a rezar por ella” y
que, si alguna vez necesitaba hablar, él podía escucharla.
Seis meses después, en febrero de 2018, M. citó a Uriona a su casa en General
Deheza. El obispo accedió y viajó desde Río Cuarto. “Estaba fuerte. Ya había
hecho mi proceso y quería ir por más”, contó la joven.
“Cuando llegó a mi casa y lo recibí, le dije que quería denunciar”, expuso M.
Según su testimonio, esa declaración tomó de sorpresa al obispo, quien le sugirió
no hacerla.
“Me dijo que ya habían pasado dos obispos, que lo iba a cargar a él con esa
historia. Incluso que Pinamonti era una persona grande. De cómo iba a hacerle
eso. A mí no se me movió un pelo”, especificó la mujer a este diario.
Lejos de declinar su decisión, días después del encuentro con Uriona le escribió
una carta a la diócesis y detalló los hechos. Luego la citaron a declarar. “Viajé a
Río Cuarto con mi esposo, pero a él no lo dejaron entrar. Una vez que hice mi
exposición, mandaron la causa al Ministerio de la Fe, en Roma, Italia”, precisó.
TRES AÑOS BAJO SECRETO PONTIFICIO
Para que la
diócesis de Río Cuarto iniciara la investigación y mandara la causa a
Roma, M. tuvo que firmar el secreto pontificio, un acuerdo de confidencialidad que,
de acuerdo con la ley canónica de la Iglesia Católica, se aplica en asuntos que
requieren una reserva y discreción mayor que la ordinaria.