que habiendo iniciado el nuevo nivel, no logran permanecer en la escuela ya sea por
acumulación de inasistencias o de aplazos” (Rossano, 2006:300).
La reflexión de Rossano abre un primer desafío: parece necesario encontrar modos sistémicos
de ocupar esa tierra de nadie, construyendo alumno por alumno, escuela por escuela,
información sobre las trayectorias reales que permita detectar a tiempo la interrupción en la
escolaridad, acompañar y orientar a las familias en la transición a la escuela media y sostener
las primeras experiencias de los alumnos en el nuevo nivel. “La importancia de los momentos
de transición reside en que en ellos existe la posibilidad de que se trunque la coherencia y la
gradualidad deseables en la enseñanza, con los efectos negativos que todo ello puede
significar para el proyecto educativo, para las experiencias personales y para la posibilidad
misma de permanecer en el sistema escolar” (Gimeno Sacristán, 1997:33). Junto con las
transiciones previstas por las trayectorias teóricas, están las que suman las trayectorias reales,
debidas a la repitencia que separa del grupo de pares, al cambio de escuela, al abandono
temporario. En estos cambios, se reproduce la “tierra de nadie” de que habla Rossano, y los
adoles
Las relaciones de baja intensidad con la escuela:
“Se trata”, dice Kessler, “de una escolaridad de baja intensidad, caracterizada por el
desenganche de las actividades escolares. En líneas generales, continúan inscriptos, yendo de
manera más o menos frecuentes según los casos, pero sin realizar casi ninguna de las
actividades escolares: jamás estudian una lección ni cumplen las tareas, no llevan los útiles y
no les importan mucho las consecuencias de no hacerlo” (Kessler, 2004:193. El destacado es
nuestro). El desenganche presenta, a juicio de Kessler, dos versiones: una que llama
disciplinada, en la que el estudiante no realiza las actividades escolares pero tampoco genera
problemas de convivencia; y otra indisciplinada, que suma a la falta de involucramiento en la
actividad escolar la participación del estudiante en situaciones que constituyen desde el punto
de vista de las escuelas problemas de disciplina y/o faltas graves a los regímenes de
convivencia. Lo interesante es que ambas versiones producen un vínculo tenso con la escuela,
siempre cerca de la ruptura o de la implosión violenta.Numerosos desafíos se abren para la
escuela media frente a estas modalidades de relación que no son las esperadas. El principal de
ellos posiblemente sea el de comprender estas formas nuevas de relación y captar sus
matices, a fin de que la identificación de estas relaciones de baja intensidad no sea funcional
a una visión socialmente extendida de los adolescentes y jóvenes, bien como abúlicos y
desentendidos, bien como peligrosos. Las escuelas tienden a acoger este discurso que hace a
los jóvenes abúlicos o peligrosos y al hacerlo convalidan –eventualmente sin advertirlo- un