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las imágenes y los sonidos que vemos y oímos, debemos empeñarnos en un trabajo activo de interpreta-
ción. En el caso de la televisión, debemos aprender a ver la combinación particular de puntos que apa-
recen en la pantalla como una representación de objetos del mundo: personas, casas, campos, árboles.
Todos nosotros hemos aprendido los códigos básicos para interpretar la televisión, códigos que aplica-
mos inconscientemente. Se trata de las reglas por las que damos sentido al hecho de que una persona
esté vestida de un modo particular, hable con un acento particular, se siente en un tipo particular de
silla, adopte cierta postura. Tales signos nos dan información sobre la persona y sobre su condición.
Con frecuencia se supone (sobre todo lo suponen los emisores) que es la familia junta la que mi-
ra televisión en el hogar. Si bien esta suposición es bastante acertada, suele inducir otra más discutible:
la de que «mirar televisión en familia» es una actividad pasiva en la que todos nos sentamos frente al
televisor y absorbemos los mensajes que emite nuestro aparato. En realidad, podemos imaginar una
cantidad de situaciones en las cuales surgen conflictos entre las personas que se encuentran en la misma
habitación mirando televisión. Lo que a unos les interesa puede aburrir al resto. Una persona acaso res-
ponda de manera positiva al último anuncio de un vocero del gobierno sobre la política económica,
mientras otra sienta ante el mismo anuncio deseos de tirar el gato contra la pantalla (o viceversa).
Según mi propia experiencia y probablemente también la de los lectores, basta mirar unos minu-
tos un programa de noticias con amigos o junto a la familia para que se inicie una discusión (por lo me-
nos sobre alguno de los puntos). Puede muy bien tratarse de una discusión «precipitada» por los mensa-
jes vistos en la pantalla, que luego se extravíe por caminos completamente diferentes. Pero menciono
esto porque quiero destacar el potencial de la audiencia para responder activamente, y hasta con argu-
mentos, a los mensajes mediáticos. Los mensajes que recibimos de los medios no nos encuentran aisla-
dos, porque todos llevamos con nosotros, en el momento de recibirlos, otros discursos y otro conjunto
de representaciones con los que estamos en contacto en otras esferas de la vida. Los mensajes del mo-
mento confluyen con otros que hemos recibido antes, mensajes explícitos o implícitos de otras institu-
ciones, de personas conocidas o de fuentes de información en las que confiamos. Inconscientemente,
tamizamos y comparamos entre sí los mensajes recibidos de una parte y de otra. De ahí que el modo en
que respondamos a los mensajes que nos ofrecen los medios dependa precisamente del grado en que
coincidan con otros mensajes (o se opongan a ellos), con otros puntos de vista que hayamos encontrado
en otras esferas de nuestra vida.
Pecheux (1982) llamó «interdiscurso» a este fenómeno. Con ello quiso decir que nosotros, al vi-
vir en un campo donde se entrecruzan diferentes discursos, diferentes sistemas de mensaje, estamos
situados entre esos sistemas distintos. Experimentamos una multiplicidad de discursos, y en el espacio
en el cual existimos se entrecruzan una cantidad de discursos diversos; de ellos, algunos se apoyan en-
tre sí, armonizan, otros se contradicen, con algunos nos relacionamos positivamente, y con otros, nega-
tivamente. Pero la cuestión básica que debemos tener presente es que en el proceso de decodificación e
interpretación de los mensajes de los medios siempre participan otros mensajes, otros discursos, tenga-
mos o no conciencia explícita de ello. No podemos entender el proceso de las comunicaciones mediáti-
cas si concebimos como un hecho aislado el momento en que encendemos el televisor a las nueve y
vemos las noticias. Este es sólo un momento dentro de un complejo campo de comunicaciones y debe-
mos entender la naturaleza de la relación entre ese momento y todas las otras ramificaciones comunica-
tivas en las que participamos. Debemos entender la afinidad de un mensaje con los otros conjuntos de
representaciones, imágenes y estereotipos con los que está familiarizada la audiencia. Las comunica-
ciones mediáticas deben insertarse en los campos de comunicaciones personales e institucionales donde
los individuos que constituyen la audiencia también existen como votantes, amas de casa, obreros, ten-
deros, padres, madres, patinadores o soldados. Todas esas instituciones, todos esos roles en los que se
sitúan las personas, producen mensajes que se entrecruzan con los mediáticos. La persona que mira el