Apenas llega se lo despoja de una concepción de sí mismo que ciertas disposiciones sociales
estables de su medio habitual hicieron posible, comienza una serie de deprensiones,
degradaciones, humillaciones y profanaciones del yo. En esta sección, Goffman, explica
algunas de las agresiones más elementales y directas contra el yo, varias formas de
desfiguración y contaminación a través de las cuales, el significado simbólico de los
hechos que ocurren en la presencia inmediata del interno refuta dramáticamente su
autoconcepción del yo.
Primera mutilación del yo: barreras que levantan ente el interno y el exterior, el ingreso
romper sistemáticamente con la programación del rol.
El proceso de admisión acarrea típicamente otros tipos de perdidas y mortificaciones, de esto
se encarga el personal y podrían llamarse “de preparación” o “de programación”, ya que al
someterse a esto, el recién llegado permite que lo moldeen y clasifiquen como un objeto que
puede introducirse en la maquinaria administrativa del establecimiento, para transformarlo
paulatinamente, mediante operaciones de rutina. La primera ocasión en que los miembros del
personal instruyen al interno sobre sus obligaciones de respeto puede estar estructurada de
modo que lo incite a la rebeldía o aceptación permanentes. Implican un “test de obediencia” y
hasta una lucha para quebrantar la voluntad reacia: el interno que se resiste recibe un castigo
inmediato y ostensible cuyo rigor aumenta hasta que se pide perdón. Ambos pueden
considerarse como una forma de iniciación, llamada la “bienvenida”, en la que el personal, o
los internos, o unos y otros, dejan sus tareas para dar al recluso noción clara de su nueva
condición. Pueden utilizarse apodos como “gusano” o “basura” para recordarle que es
simplemente un interno con un estatus especialmente bajo aún dentro de un grupo inferior.
Procedimiento de admisión: despedida (desposeimiento de toda propiedad, importante
porque las personas extienden su sentimiento del yo a las cosas que les pertenecen) y
comienzo, con el punto medio señalado por la desnudez física. Luego, se hacen reemplazos:
revisten la forma de entregas comunes, de carácter impersonal, distribuidas uniformemente,
llevan marcas ostensibles, indicadoras de que pertenecen a la institución. Se los despoja de su
acostumbrada apariencia y de instrumentos y servicios con los que la mantiene. Sufre una
desfiguración personal. El ajuar que se entrega al interno para sustituir efectos personales
pertenece a la calidad más grosera, no corresponde a su medida y a menudo consiste en
prendas viejas, iguales para clases muy diversas de internos. Se retira equipo de
identificación.
De esto se sigue una desfiguración más grave: mutilaciones del cuerpo directas y
permanentes. Esta mortificación del yo a través del cuerpo se encuentra en pocas IT pero
hace que se pierda seguridad personal lo que fundamenta ciertas angustias relativas a una
posible desfiguración. Golpes, terapias de shock o en hospitales psiquiátricos las cirugías
suele provocar la impresión de encontrarse en un ambiente que no garantiza su integridad
física.
Después del ingreso, la imagen del yo puede presentarse de otra forma. Las palabras y actos
indignos (como hacerles comer todo tipo de alimentos con cucharas) corren parejas con el
ultrajante trato que reciben. El individuo tiene que participar en una actividad de la que
derivan consecuencias simbólicas incompatibles con su concepción del yo. (obligación a
cumplir rutina diaria que le es ajena y lo desidentifica).
Una forma de mortificación ulterior se manifiesta ya en el ingreso, bajo la forma de una
exposición contaminadora: se traspasa el linde que el individuo ha trazado entre su ser y el
medio ambiente y se profanan las encarnaciones del yo. Tipo más notorio
: el de carácter físico
que mancha o salpica el cuerpo u otros objetos íntimamente identificados con el yo. Una
forma de contaminación física común se refleja en protestas por comida en mal estado,
alojamientos en desorden, toallas manchadas, etc. En algunas se los obliga a tomar