En este caso, Sócrates le hace reconocer a Agatón que amar es desear aquello que no se tiene,
y por lo tanto, si Eros ama lo bello y lo sabio, entonces él no es ni bello ni sabio. Es aquí
donde Sócrates revela a los demás participantes del banquete, que él alguna vez fue igual a
Agatón, también creyó lo mismo que él, pero fue Diotima, una sacerdotisa de Mantinea, la
que le demostró que estaba equivocado. En este momento del diálogo, pasamos de estar
presentes en el Banquete, al momento en el que Sócrates y Diotima están tratando la
naturaleza de Eros.
Aquello que no es bello, no necesariamente es feo, así como lo que no es sabio, tampoco
es necesariamente ignorante. Entre sabiduría e ignorancia hay un punto medio: la recta
opinión que se sitúa entre el conocimiento (verdad) y la ignorancia (mera opinión), un saber
cierto pero no demostrable. Diotima coloca así a Eros en una posición intermedia entre los
hombres y los dioses, Eros –nos dice−, es un Daimon y un intermediario entre dos opuestos.
Esta condición de Eros es explicada gráficamente por la sacerdotisa de Mantinea, mediante el
mito de su nacimiento, producto de la unión de Penia y el dios Poro, que personifican
respectivamente la indigencia y el recurso. La doble naturaleza de Eros queda justificada de
este modo por su origen. El que ama, en un sentido amplio de la palabra, está así condenado a
conseguir siempre lo que desea por la naturaleza de su padre, pero también a perderlo
irremediablemente, por la naturaleza de su madre. Entonces, ¿qué es el amor? El amor es el
deseo de poseer siempre el bien, deseo que alcanza su plena consumación con la
inmortalidad. Entre nosotros mortales, la permanencia eterna de lo bello es solo posible
mediante la procreación, tanto en el cuerpo como en el alma, y es principalmente esta última,
la más importante. Procrear según el alma es producir bellas ideas, conocimientos
verdaderos, que garantizan así su permanencia en el tiempo y que pueden alcanzarse, en el
terreno de la filosofía, en el vínculo amoroso entre el maestro y su alumno. Ahora la
pregunta que surge es, ¿cómo alcanzar lo bello en sí, el supremo Bien?
En el llamado “pasaje de la escalera” Diotima, le revela a Sócrates − y Platón a nosotros−,
el camino ascendente que debe llevar a cabo todo aquél que desee alcanzar lo bello en sí. En
el primer escalón se encuentra el amor a un solo cuerpo bello. En el segundo escalón, amor a
todos los cuerpos bellos. En el tercer escalón, el amor a la belleza del alma más que la del
cuerpo, de la conducta y de las leyes. Y por último, en el cuarto escalón ha de amar el
conocimiento, la ciencia y ha de contemplar el amar de lo bello.
Ahora bien, es posible realizar una comparación de esta escalera, con el famoso
Paradigma de la línea de Platón, donde ubica los dos mundos, Sensible y luego Inteligible, y
los elementos que forman parte de ellos, de manera ascendente, junto con las diferentes
formas de conocer cada uno de los mismos. Comenzando desde abajo con la ignorancia y el
no ser, asciende hasta el primer peldaño del Mundo Sensible, a las imágenes, copia de la
copia, que conocemos por la imaginación, por ejemplo una sombra. En el segundo peldaño
del Mundo Sensible, se encuentran las cosas sensibles, copia de las ideas, que conocemos por
la creencia en nuestros sentidos, como por ejemplo el cuerpo o una mesa. Aquí concluye el
conocimiento de la doxa (opinión) y salta a través del tercer peldaño, al Mundo Inteligible, a
través de las Ideas matemáticas, las cuales funcionan como un puente de transición de lo
sensible a lo inteligible, debido a que se conoce por el entendimiento, ayudado aún por