la función intermediaria absorbe entre el 30, 40 y quizás hasta el 50% de la utilidad
total. Las crisis estallan con la misma frecuencia y son tan destructoras como en los
tiempos de los tálers y florines.
La moneda ha sido demasiado "mejorada" desde el punto de vista unilateral del
poseedor. Al escoger la materia para la moneda se ha tenido solamente en cuenta al
comprador, a la demanda. La mercancía, la oferta, el vendedor, el productor, han sido
olvidados por completo. Se ha elegido para la fabricación de la moneda la materia
prima más bella que proporciona la tierra, un metal noble, - porque beneficiaba al
poseedor. Y se olvidó con ello que los poseedores de las mercancías, en el momento
de realizarlas, debían pagar aquellos beneficios. Esto ha permitido al comprador
aguardar el momento más oportuno para la compra de las mercaderías, olvidando que
esa libertad obliga al vendedor a esperar pacientemente en el mercado hasta que al
comprador le plazca aparecer. La elección del metal monetario ha convertido a la
demanda en una acción volitiva del poseedor del dinero, entregándola al capricho, al
afán de lucro, a la especulación y al azar, sin considerar que la oferta, por su
estructura orgánica, quede totalmente desamparada frente a esa voluntad. Así surgió
el poder del dinero que, convertido en potencia plutocrática, ejerce una presión
insoportable sobre todos los productores.
El dinero rechaza las mercaderías, en lugar de atraerlas. Se compran mercancías, sí,
pero sólo cuando se tiene hambre o cuando ella reporta ventajas. Como consumidor
cada cual adquiere lo menos posible. Nadie quiere acumular provisiones. Que los
"otros" guarden las mercancías. ¡Los otros! Pero, ¿quiénes son, en la economía, los
otros? Esos somos nosotros mismos, todos los que producimos mercancías. Al
rechazar como compradores los productos de los demás, nos estamos rechazando
recíprocamente todos nuestros productos. Si no prefiriéramos el dinero a los productos
de nuestros conciudadanos, si en lugar de anhelar inalcanzables reservas monetarias
hubiéramos instalado despensas llenándolas de mercancías, no necesitaríamos
ofrecer nuestros productos en costosos negocios, cuyos gastos absorben una gran
parte de aquellos. Tendríamos, entonces, una salida acelerada y barata de
mercancías.
Debemos, pues, empeorar al dinero como mercancía, si hemos de mejorarlo como
medio de cambio, y ya que los poseedores de mercancías tienen siempre apuro en el
cambio, justo es que también los poseedores del medio de cambio sientan el mismo
apremio. La oferta se encuentra bajo presión directa, intrínseca; lógico es que se
coloque la demanda también bajo idéntica presión.
La oferta es un proceso desligado de la voluntad del poseedor de mercancías; que sea
también la demanda un proceso exento de la potestad del poseedor del dinero.
Al eliminar los privilegios de los poseedores de dinero y someter la demanda a la
misma presión a que está sometida la oferta, se solucionarían todas las
contradicciones del sistema monetario tradicional, se lograría que la demanda, actúe
regularmente en el mercado, estando a cubierto de las maniobras de especuladores y
otros y no existiría lo que llamamos “ ambiente bursátil”.
Todas las reservas privadas de dinero desaparecerían en forma automática por la
fuerza circulatoria. La masa total de moneda emitida se hallaría en circulación
constante, uniforme y acelerada. Nadie podría ya "inmiscuirse" en el manejo oficial de
la moneda, lanzando o reteniendo sus reservas privadas. Pero el mismo Estado
tendría la misión de ajustar la demanda estrictamente a la oferta, para lo cual bastará
retirar o emitir alternadamente pequeñas cantidades de dinero.