La doctrina
del fascismo
Benito Mussolini
La doctrina del fascismo
Benito Mussolini
1937
“El hombre del fascismo es el individuo que es nación y patria, ley moral que une a
los individuos y a las generaciones en una tradición y en una misión, que suprime el
instinto de la vida encerrada en el reducido límite del placer para instaurar en el
deber una vida superior, libre de límites de espacio y de tiempo: una vida en la cual
el individuo, en virtud de su abnegación, del sacrificio de sus intereses particulares,
y aún de su misma muerte, realiza aquella existencia, totalmente espiritual, en la
que consiste su valor de hombre.” (Benito Mussolini)
Índice
Ideas fundamentales...................................................................................................
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I. El fascismo como doctrina..........................................................................................1
II. Concepción espiritualista del fascismo......................................................................1
III. Espiritualismo fascista y positivismo.......................
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IV. El fascismo como concepción ética..............................................................
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V. El fascismo como concepción religiosa.......................
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VI. El fascismo como concepción histórica..............................................
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VII. Fascismo y liberalismo...................
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VIII. Fascismo y socialismo..........
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IX. Fascismo y democracia.............................................
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X. Relación entre Estado y nación...............................................
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XI. El Estado en el mundo................................................................................
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XII. Carácter totalitario del Estado fascista...................................
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XIII. El Estado fascista como Estado educador.............................................................4
Doctrina política y social...................................................................................................5
I. Origen de la doctrina...................................................................................................5
II. Desarrollo...................................................................................................................6
III. Contra el pacifismo: la guerra y la vida como deberes..............
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..............................6
IV. Política demográfica.................................................................................................7
V. Contra el materialismo histórico y la lucha de clases................................................7
VI. Contra las ideologías democráticas.................
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VII. El absurdo de la democracia..............................
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VIII. Ante las doctrinas liberales......
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IX. El fascismo no retrocede........................................................................................10
X. Valor y misión del Estado.......................................................................................10
XI. La unidad del Estado y las contradicciones del capitalismo......
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XII. El Estado fascista y la religión..............................................................................12
XIII. Imperio y disciplina....................
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Notas...............................................................................................................................14
Ideas fundamentales
I. El fascismo como doctrina
Como toda concepción política vital, el fascismo es práctica y es pensamiento, acción
animada por una doctrina inmanente, y doctrina que, surgiendo de un sistema dado de
fuerzas históricas, no se desliga de él, sino que obra en él desde dentro.
(1)
Tiene, pues,
una forma correlativa a las contingencias de lugar y de tiempo, pero a la vez posee un
contenido ideal que, en la historia superior del pensamiento, es la fórmula de una
verdad.
(2)
En el mundo no es posible actuar espiritualmente como voluntad humana
dominadora de voluntades, sin poseer un concepto de la realidad transeúnte y particular
sobre la cual se debe obrar, y de la realidad permanente y universal en la cual tiene la
primera la razón de su ser y de su vida. Para conocer a los hombres, es preciso conocer
al hombre; y para conocer al hombre, es preciso conocer la realidad y sus leyes. No
existe concepto del Estado que no sea fundamentalmente concepto de la vida: filosofía o
intuición, sistema de ideas que se desarrolla en una construcción lógica o que se recoge
en una visión o en una fe, pero que, por lo menos virtualmente, se siempre una
concepción orgánica del mundo.
II. Concepción espiritualista del fascismo
Así, no se podría entender el fascismo en muchas de sus actitudes o exteriorizaciones
prácticas, como organización de partido, como sistema de educación, como disciplina,
si no se las contemplase a la luz de su modo general de concebir la vida. De un modo
espiritualista.
(3)
Para el fascismo, el mundo no es este mundo material que aparece en la
superficie, en que el hombre es un individuo separado de todos los otros, y está
gobernado por una ley natural que lo impulsa instintivamente a vivir una vida de placer
egoísta y momentáneo. El hombre del fascismo es el individuo que es nación y patria,
ley moral que une a los individuos y a las generaciones en una tradición y en una
misión, que suprime el instinto de la vida encerrada en el reducido límite del placer para
instaurar en el deber una vida superior, libre de límites de espacio y de tiempo: una vida
en la cual el individuo, en virtud de su abnegación, del sacrificio de sus intereses
particulares, y aún de su misma muerte, realiza aquella existencia, totalmente espiritual,
en la que consiste su valor de hombre.
III. Espiritualismo fascista y positivismo
Se trata, pues, de una concepción espiritualista, que ha surgido, como las demás, de la
reacción general del siglo contra el positivismo flojo y materialista del siglo pasado. Es
concepción anti-positivista, pero positiva: no escéptica, ni agnóstica, ni pasivamente
optimista, como son, por lo general, las doctrinas (negativas, todas) que sitúan el centro
de la vida fuera del hombre, quien, con su libre voluntad, puede y debe crearse su
propio mundo. El fascismo quiere al hombre activo y dedicado a la acción con todas sus
energías; quiere que sea virilmente consciente de las dificultades existentes, y que esté
dispuesto a afrontarlas. Concibe la vida como lucha, considerando que le toca al hombre
mismo conquistarse la vida que sea realmente digna de él, creando para ello, ante todo,
en mismo el instrumento (físico, moral, intelectual) para edificarla. Así como
esta concepción se refiere al individuo aisladamente, así también
se
refiere
a
la
nación,
y,
- 1 -
más aún, a la humanidad.
(4)
De aquí el elevado valor de la cultura en todas sus formas
- arte, religión, ciencia
(5)
- y la grandísima importancia de la educación. De aquí
también el valor esencial del trabajo, con que el hombre vence a la naturaleza y crea el
mundo humano (económico, político, moral, intelectual)
IV. El fascismo como concepción ética
Esta concepción positiva de la vida es, evidentemente, una concepción ética. Y abarca
a toda la realidad, y no ya solamente a la actividad humana que la domina. Ninguna
acción se sustrae al juicio moral; nada en el mundo puede despojarse del valor que a
todo compite en función de sus fines morales. Por lo tanto, la vida, tal como la concibe
el fascista, es seria, austera, religiosa: enteramente librada en un mundo sostenido por
las fuerzas morales y responsables del espíritu. El fascista desprecia la vida cómoda.
(6)
V. El fascismo como concepción religiosa
El fascismo es una concepción religiosa
(7)
que considera al hombre en su relación
inmanente con una ley superior, con una voluntad objetiva que trasciende del individuo
particular y lo eleva convirtiéndolo en miembro consciente de una sociedad
espiritual. Todo aquel que ante la política religiosa del régimen fascista se ha detenido
en consideraciones de mera oportunidad, demuestra no haber comprendido que el
fascismo, además de ser un sistema de gobierno, es también, y sobre todo, un sistema de
pensamiento.
VI. El fascismo como concepción histórica
El fascismo es una concepción histórica, según la cual el hombre no es lo que es sino
en función del proceso espiritual a que contribuye, en el grupo de la familia y de la
sociedad, en la nación y en la Historia, a la que todas las naciones colaboran. De aquí el
gran valor que asigna a la tradición en las memorias, en el lenguaje, en las costumbres,
en las normas de la vida social.
(8)
Fuera de la Historia, el hombre no es nada. Por esto,
el fascismo es contrario a todas las abstracciones individualistas, de base materialista,
del tipo siglo XVIII, y a todas las utopías e innovaciones jacobinas. El fascismo no cree
que sea posible la felicidad sobre la Tierra, tal como la soñó la literatura de los
economistas del siglo XVIII, y rechaza, por lo tanto, todas las concepciones teológicas
según las cuales, en un determinado período de la Historia, habría de producirse una
sistematización definitiva del género humano. Esto significa colocarse fuera de la
Historia y de la vida que es continuo fluir y devenir. El fascismo, políticamente,
entiende ser una doctrina realista; prácticamente, aspira a resolver solamente los
problemas que se plantean históricamente por mismos y que por mismos
encuentran o sugieren su propia solución.
(9)
Para obrar entre los hombres, así como en
la naturaleza, es necesario penetrar en el proceso de la realidad y posesionarse de las
fuerzas actuantes.
(10)
VII. Fascismo y liberalismo
Siendo anti-individualista, la concepción fascista se pronuncia por el Estado; y
se pronuncia por el individuo en cuanto éste coincide con el Estado, que es conciencia y
- 2 -
voluntad universal del hombre en su existencia histórica.
(11)
Está en contra del
liberalismo clásico, que surgió de la necesidad de reaccionar contra el absolutismo y que
terminó su función histórica desde que el Estado se transformó en la conciencia y
voluntad populares. El liberalismo negaba al Estado en interés del individuo particular;
el fascismo reconfirma al Estado como verdadera realidad del individuo.
(12)
Y si la
libertad ha de ser atributo del hombre real, y no de aquel abstracto fantoche en el cual
pensaba el liberalismo individualista, el fascismo se pronuncia por la libertad. Se
pronuncia por la única libertad que puede ser una cosa seria, a saber, la libertad del
Estado y del individuo en el Estado.
(13)
Ello, en razón de que, para el fascista, todo
reside en el Estado, y nada que sea humano o espiritual existe, y tanto a menos tiene
valor, fuera del Estado. En este sentido, el fascismo es totalitario, y el Estado fascista,
síntesis y unidad de todos los valores, interpreta, desarrolla e incrementa toda la vida del
pueblo.
(14)
VIII. Fascismo y socialismo
Ni individuos, ni grupos (partidos políticos, asociaciones, sindicatos, clases) fuera del
Estado.
(15)
Por ello, el fascismo es contrario al socialismo, el cual reduce e inmoviliza el
movimiento histórico en la lucha de clases e ignora la unidad del Estado que puede
reunir a las clases armonizándolas en una sola realidad económica y moral;
análogamente, es contrario al sindicalismo de clases. Pero el fascismo entiende que, en
la órbita del Estado ordenador, las reales exigencias que dieron origen al movimiento
socialista y sindicalista sean reconocidas, y, efectivamente, les asigna una función y un
valor en el sistema corporativo de los intereses conciliados en la unidad del Estado.
(16)
IX. Fascismo y democracia
Los individuos son clases según las categorías de intereses; son sindicatos según las
actividades económicas cointeresadas diferenciadas; pero son, ante todo y sobre todo,
Estado. El cual no es número como suma de individuos que componen la mayoría de un
pueblo. Y por eso el fascismo se opone a la democracia, que confunde al pueblo con la
mayoría, rebajándolo al nivel de los más;
(17)
pero el fascismo es la más franca de las
democracias, toda vez que se conciba al pueblo, como debe concebírselo,
cualitativamente, y no cuantitativamente, como la idea más poderosa por ser más moral,
más coherente, más verdadera, que se traduce en el pueblo como consciencia y voluntad
de pocos, antes bien, de uno, y como ideal tiende a concretarse en la consciencia y en la
voluntad de todos.
(18)
Es decir, de todos aquellos que, por naturaleza e historia, son
llevados étnicamente a constituir una nación, siguiendo la misma línea de desarrollo y
de formación espiritual, como una consciencia y una voluntad sola. No se trata aquí de
raza, ni de región geográficamente identificada, sino de estirpe que se perpetúa
históricamente, de multitud unificada por una idea, que es voluntad de existencia y de
potencia: vale decir, consciencia de sí, personalidad.
(19)
X. Relación entre Estado y nación
Esta personalidad superior es nación en cuanto es Estado. No es la nación la que
engendra al Estado, según afirmaba el gastado concepto naturalista que sirvió como
base a la publicidad de los Estados nacionales del siglo XIX. Por el contrario, el Estado
- 3 -
crea a la nación, dando al pueblo, consciente de su propia unidad moral, una voluntad,
y, por lo tanto, una efectiva existencia. El derecho de independencia que tiene una
nación no procede de una literaria e ideal conciencia de su propio ser, y tanto menos de
una situación de hecho más o menos inconsciente e inerte, sino de una conciencia
activa, de una voluntad política en función y dispuesta a demostrar su propio derecho:
vale decir, de una especie de Estado ya in fieri. Y en efecto, como voluntad ética
universal, el Estado es creador del derecho.
(20)
XI. El Estado en el mundo
La nación como Estado es una realidad ética que existe y vive en cuanto se
desarrolla. Su cristalización significa su muerte. Por esto, el Estado no es solamente
autoridad que gobierna y da forma de ley y valor de vida espiritual a las voluntades
individuales, sino que es también potencia que hace valer su propia voluntad en el
exterior, haciéndola reconocer y respetar, o sea, demostrando con los hechos su
universalidad en todas las determinaciones necesarias de su desenvolvimiento.
(21)
De
aquí, organización y expansión, por lo menos virtuales. Y es así como puede adaptarse a
la naturaleza de voluntad humana, que en su desarrollo no conoce barreras, y que se
realiza probando su propia infinidad.
(22)
XII. Carácter totalitario del Estado fascista
El Estado fascista, siendo la forma más elevada y poderosa de la personalidad, es
fuerza, pero en sentido espiritual. Esta fuerza resume todas las formas de la vida moral e
intelectual del hombre. Por lo tanto, no se la puede limitar a simples funciones de orden
y de tutela, como pretendía el liberalismo. No es un simple mecanismo que limite la
esfera de las presuntas libertades individuales. Es forma y norma interior, y disciplina
de toda la persona; penetra la voluntad como la inteligencia. Su principio, inspiración
central de la personalidad humana que vive en la comunidad civil, desciende hasta lo
hondo y se anida en el corazón del hombre de acción como en el del pensador, en el del
artista lo mismo que en el del sabio: alma del alma.
XIII. El Estado fascista como Estado educador
En resumen, el fascismo no es solamente dador de leyes y fundador de instituciones,
sino también educador y promotor de vida espiritual. Entiende, no ya rehacer las
formas, sino el contenido de la vida humana, el hombre, el carácter, la fe. Y para tal fin,
pretende disciplina, y autoridad que penetre en los espíritus y domine en ellos sin
reparo. Por eso su insignia es el haz lictorio, símbolo de la unidad, de la fuerza y de la
justicia.
- 4 -
Doctrina política y social
I. Origen de la doctrina
Cuando, en el ya lejano marzo de 1919, desde las columnas del Popolo d’Italia
convoqué en Milán a los supérstites intervencionistas-intervenidos, que me habían
seguido desde la constitución de los fascios de acción revolucionaria - que tuvo lugar en
enero de 1915 - no había en mi espíritu ningún plan doctrinario. Yo traía en la
experiencia vivida de una sola doctrina: la del socialismo, de 1903 y 1904 al invierno
de 1914: aproximadamente una década. Experiencia de gregario y de jefe, pero no
experiencia doctrinaria. Mi doctrina, incluso en aquel período, había sido la doctrina de
la acción. Una doctrina unívoca, universalmente aceptada, del socialismo, ya no existía
a partir de 1905, cuando comenzó en Alemania el movimiento revisionista capitaneado
por Bernstein, formándose por contraste, en el vaivén de las tendencias, un movimiento
de izquierda revolucionario, que en Italia jamás salió del campo de las frases,
mientras que, en el socialismo ruso, fue preludio del bolcheviquismo. Reformismo,
revolucionarismo, centrismo: de toda esta terminología, hasta los ecos se han
extinguido, en tanto que en el gran río del fascismo encontraréis las corrientes que
nacen de Sorel, del Lagardelle del mouvement socialiste, de Péguy, y de la cohorte de
los sindicalistas italianos, que entre 1904 y 1914 pusieron una nota novedosa en el
ambiente socialista italiano, ya debilitado y cloroformizado por la fornicación
giolittiana, con las Pagine libere de Olivetti, La lupa de Orano, Il divertiré sociale de
Enrico Leone.
En 1919, terminada la guerra, el socialismo ya estaba muerto como doctrina: sólo
existía aún como rencor, sólo tenía aún una sola posibilidad, particularmente en Italia:
la represalia contra aquellos que habían querido la guerra y que debían expiarla. El
Popolo d’Italia traía como subtítulo: “Cotidiano de los combatientes y de los
productores.” La palabra productores constituía ya la expresión de una orientación
mental. El fascismo no salió de una teoría elaborada precedentemente, sobre el papel:
nació de una necesidad de acción y fue acción; durante los dos años primeros, no fue
partido, sino anti-partido y movimiento. El nombre que yo di a la organización, definía
los caracteres de la misma. El que lea, en los periódicos ya amarillentos de la época, la
crónica de la reunión constitutiva de los fascios italianos de combate, no hallará una
doctrina, sino una serie de motivos, de anticipaciones, de alusiones y bosquejos que,
libres de la inevitable ganga de las contingencias, al cabo de algunos años debían
desarrollarse en una serie de posiciones doctrinarias que hacían del fascismo una
doctrina política con fisonomía bien definida, en comparación con todas las demás,
pasadas o contemporáneas. “Si la burguesía cree que nosotros le serviremos de
pararrayos, se engaña”, decía yo entonces. “Nosotros debemos ir al encuentro del
trabajo... Queremos acostumbrar a las clases obreras a la capacidad directiva, y ello
incluso para convencerlas de que no es fácil hacer que marche una industria o un
comercio. Combatiremos al retaguardismo técnico y espiritual... Abierta la sucesión del
régimen, nosotros no debemos aparecer inactivos. Debemos correr; si el régimen queda
superado, nosotros tenemos que ocupar su lugar. El derecho de sucesión nos viene de
que hemos impulsado al país a la guerra y lo hemos llevado a la victoria. La
representación política actual no puede bastarnos, queremos una representación
directa de los diversos intereses... Contra este programa, se podría decir que volvemos
a las corporaciones. No importa... Por esto, yo quisiera que la asamblea aceptara las
- 5 -
reivindicaciones del sindicalismo nacional desde el punto de vista económico...”
¿No es singular el hecho de que ya en la primera jornada de la plaza San Sepolcro,
resuene la palabra corporación, que en el curso de la revolución tenía que llegar a
significar una de las creaciones legislativas y sociales fundamentales del régimen?
II. Desarrollo
Los años anteriores a la Marcha sobre Roma, fueron años durante los cuales las
necesidades de la acción no permitieron estudios ni elaboraciones doctrinarias
completas. Se luchaba en las ciudades y en las aldeas. Se discutía, pero - y es lo sagrado
y lo que realmente importa - también se moría. Se sabía morir. La doctrina - lista,
dividida en capítulos y párrafos y con todo su contorno de elucubraciones - podía faltar;
pero algo que era mucho más decisivo la sustituía: la fe. Empero, quien sepa rememorar
valiéndose de libros, artículos, votos de congresos y discursos mayores y menores,
quien sepa indagar y escoger, hallará que los fundamentos de la doctrina fueron
asentados en tanto que arreciaba la lucha. Fue precisamente durante aquellos años
cuando también el pensamiento fascista se armó, se refinó, procedió hacia su
organización. Los problemas del individuo y del Estado; los problemas de la autoridad y
de la libertad; los problemas políticos y sociales y los problemas específicamente
nacionales; la lucha contra las doctrinas liberales, democráticas, socialistas, masónicas,
popularescas, se libró contemporáneamente a las expediciones punitivas. Pero
comoquiera que faltó el sistema, los adversarios en mala fe negaron al fascismo toda
capacidad de doctrina, mientras que la doctrina venía surgiendo, tumultuosamente al
principio bajo el aspecto de negación violenta y dogmática, como ocurre con todas las
ideas incipientes, y después bajo el aspecto positivo de una construcción que halló
sucesivamente, en los años de 1926, 1927 y 1928, su realización en las leyes e
instituciones del régimen.
El fascismo está hoy netamente identificado, no solamente como régimen, sino
también como doctrina. Esta palabra debe interpretarse en el sentido de que actualmente
el fascismo, ejercitando su crítica sobre mismo y sobre los otros, posee un propio e
inconfundible punto de vista, de referencia - y por lo tanto de dirección - ante todos los
problemas que aquejan, en las cosas o en las inteligencias, a los pueblos del mundo.
III. Contra el pacifismo: la guerra y la vida como deberes
Ante todo, en lo que se refiere en general al porvenir y al desenvolvimiento de la
humanidad, y dejando de lado toda consideración de política actual, el fascismo no cree
en la posibilidad ni en la utilidad de la paz perpetua. Rechaza, por consiguiente,
al pacifismo, que oculta una renuncia a la lucha y una cobardía frente al
sacrificio. Solamente la guerra eleva todas las energías humanas al máximo de tensión e
imprime un sello de nobleza a los pueblos que tienen la virtud de afrontarla. Las demás
pruebas no son sino sucedáneas y jamás colocan al hombre frente a mismo, en la
alternativa de vida o muerte. Por lo tanto, una doctrina que parte del postulado
previamente establecido de la paz, es ajena al fascismo, como son ajenas al espíritu del
fascismo, aunque las acepte en la medida de la utilidad que pudieran tener en
determinadas situaciones políticas, todas las construcciones internacionalistas y
societarias, las cuales, como demuestra la Historia, pueden disiparse al viento, cuando
elementos sentimentales,
ideales
y prácticos mueven a tempestad el corazón de los
- 6 -
pueblos. El fascismo transporta este espíritu anti-pacifista incluso en la vida de los
individuos. El orgulloso lema escuadrista “me ne frego” (expresión popular que
equivale a “me importa un comino”), escrito en las vendas de una herida, no es
solamente un acto de filosofía estoica, no es solamente el resumen de una doctrina
política: es la educación al combate, la aceptación de los riesgos que el mismo
comporta; es un nuevo estilo de vida italiano. Así, el fascista acepta, ama la vida, ignora
y considera cobarde el suicidio; comprende la vida como deber, elevación, conquista ;
la vida que ha de ser alta y plena: vivida por sí, pero sobre todo por los otros, próximos
o lejanos, presentes y futuros.
IV. Política demográfica
La política demográfica del régimen es consecuencia de estas premisas. En efecto,
también el fascista ama a su prójimo, pero el prójimo no es para él un concepto vago e
inasible; el amor hacia el prójimo no impide las severidades necesarias y educadoras,
y menos aún las diferenciaciones y las distancias. El fascismo niega los abrazos
universales, y, aún viviendo en la comunidad de los pueblos civilizados, los mira,
vigilante y desconfiado, en los ojos, los sigue en sus estados de ánimo y en la
transformación de sus intereses, y no se deja engañar por apariencias mudables y
falaces.
V. Contra el materialismo histórico y la lucha de clases
Semejante concepción de la vida lleva al fascismo a ser la decidida negación de
aquella doctrina que constituyó la base del socialismo apodado científico o marxista:
la doctrina del materialismo histórico, según la cual la historia de las civilizaciones
humanas sólo se explicaría en virtud de la lucha de intereses entre los diversos grupos
sociales o en virtud de la transformación de los medios e instrumentos de
producción. Nadie niega que los acontecimientos de la economía - descubrimientos de
materias primas, nuevos métodos de trabajo, invenciones científicas - tienen
importancia; pero decir que bastan para explicar la historia humana, excluyendo a todos
los demás factores, es absurdo: el fascismo cree todavía y siempre en la santidad del
heroísmo, es decir, en actos en que no obra ningún motivo económico, próximo o
lejano. Negando el materialismo histórico, según el cual los hombres sólo serían
comparsas de la Historia, que aparecen y desaparecen en la superficie de las olas,
mientras que en lo hondo se agitan y trabajan las verdaderas fuerzas directivas, también
se niega la lucha de clase, inmutable y fatal, que es hija legítima de la susodicha
concepción materialista de la Historia; y sobre todo, se niega que la lucha de clases
constituya el agente preponderante de las transformaciones sociales. Herido el
socialismo en esos dos puntos esenciales de su doctrina, de él ya no queda sino la
aspiración sentimental - antigua como la humanidad - hacia una convivencia social en
que aparezcan aliviados los sufrimientos y los dolores de la gente más humilde. Pero
aquí el fascismo rechaza el concepto de felicidad económica, a realizarse de manera
socialista y casi automáticamente en un momento dado de la evolución de la economía,
deparando el mayor bienestar para todos. El fascismo niega el concepto materialista de
felicidad, como cosa imposible, y lo abandona en manos de los economistas de la
primera mitad del siglo XVIII: es decir, niega la ecuación bienestar-felicidad
que convertiría a los hombres en animales preocupados tan sólo de una
cosa:
estar bien
- 7 -
alimentados y gordos y, por lo tanto, reducidos a mera y simple vida vegetativa.
VI. Contra las ideologías democráticas
Después de combatir al socialismo, el fascismo ataca a todo el conjunto de las
ideologías democráticas, y las rechaza, así desde el punto de vista de sus premisas
teóricas, como de sus aplicaciones e instrumentaciones prácticas. El fascismo niega que
el número, por el solo hecho de ser número, pueda dirigir a las sociedades humanas;
niega que el tal número pueda gobernar mediante una consultación periódica; afirma la
desigualdad irremediable, fecunda y beneficiosa de los hombres, que no pueden
nivelarse por medio de un hecho mecánico y extrínseco como es el sufragio
universal. Pueden definirse como regímenes democráticos aquellos en los cuales, de
cuando en cuando, se da al pueblo la ilusión de ser soberano, mientras que la verdadera
y efectiva soberanía reside en otras fuerzas, a veces irresponsables y secretas. La
democracia es un régimen sin rey, pero con muchísimos reyes a veces más exclusivos,
tiránicos y ruinosos que un solo rey que sea también tirano. Esto explica por qué el
fascismo, aunque antes de 1922 - por razones de contingencia - asumió una actitud
tendencialmente republicana, renunció a la misma antes de la Marcha sobre Roma,
convencido de que la cuestión de las formas políticas de un Estado no es, hoy por hoy,
preeminente, y que estudiando en el mostrario de las monarquías pasadas y presentes,
de las repúblicas pasadas y presentes, resulta que tanto la monarquía como la república
no pueden juzgarse bajo especie de eternidad, porque representan formas en que se
exterioriza la evolución política, la Historia, la tradición, la psicología de cada
país. Ahora, el fascismo ha superado la antítesis monarquía-república, en que se
inmovilizó el democraticismo, cargando todas las insuficiencias sobre la primera y
haciendo la apología de la segunda como régimen de la perfección. Ahora se ha visto
que hay repúblicas íntimamente reaccionarias o absolutistas, y monarquías que acogen
los experimentos políticos y sociales más avanzados.
VII. El absurdo de la democracia
“La razón, la ciencia - decía Renán, que tuvo algunas iluminaciones pre-fascistas, en
una de sus Meditaciones filosóficas - son productos de la humanidad, pero pretender la
razón directamente por el pueblo y a través del pueblo, es una quimera. No es
necesario para la existencia de la razón que todo el mundo la conozca. En todo caso, si
tal iniciación tiene que hacerse, no se haría por medio de la baja democracia, que
parece querer llegar a la extinción de toda cultura difícil, de toda disciplina elevada. El
principio de que la sociedad existe solamente para el bienestar y la libertad de los
individuos que la componen, no parece ser conforme a los planes de la naturaleza,
planes en los cuales solamente se toma en consideración a la especie, sacrificándose al
individuo. Es muy de temer que la última palabra de la democracia entendida así
(me apresuro a decir que también se la puede entender diversamente) no sea un estado
social en el cual una masa degenerada no tenga más preocupación que la de gozar de
los placeres innobles del hombre vulgar.” Hasta aquí Renán. Lo que el fascismo
rechaza en la democracia es la absurda mentira convencional de la igualdad política, el
hábito de la irresponsabilidad colectiva y el mito de la felicidad y del progreso
indefinidos. Pero, si la democracia puede ser entendida diversamente, vale decir,
si por democracia ha de entenderse no rechazar al pueblo al margen del Estado, con toda
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legitimidad, quien esto escribe pudo definir al fascismo como una democracia
organizada, centralizada, autoritaria.
VIII. Ante las doctrinas liberales
Ante las doctrinas liberales, el fascismo se mantiene en actitud de absoluta oposición,
así en el campo de la política como en el de la economía. No hay que exagerar
- sencillamente a objeto de polémica actual - la importancia del liberalismo en el
siglo pasado y hacer de ésta, que fue una entre las tantas doctrinas surgidas en ese siglo,
una religión de la humanidad para todos los tiempos presentes y futuros. El liberalismo
sólo floreció por espacio de tres lustros. Nació en 1830 como reacción a la
Santa Alianza, que pretendía empujar a Europa a ser lo que había sido antes de 1789,
y alcanzó su año de esplendor en 1848, cuando hasta Pío IX fue liberal. Pero en seguida
comenzó la decadencia. El 1848 fue un año de luz y poesía, pero el 1849 fue un año de
tinieblas y de tragedia. La república de Roma fue muerta por otra república, la de
Francia. Ese mismo año, Marx lanzó el evangelio de la religión socialista, con el famoso
Manifiesto de los comunistas. En 1851 Napoleón III lleva a efecto su tan iliberal golpe
de Estado y reina en Francia hasta 1870, cuando un movimiento popular lo derribó,
a raíz de una de las derrotas militares más grandes que recuerda la Historia. El
victorioso es Bismarck, quien jamás conoció el paradero de la religión de la libertad ni
supo nunca cuales eran los profetas que la servían. Es sintomático el hecho de que un
pueblo de elevada civilización, como el alemán, haya ignorado plenamente, durante
todo el siglo XIX, la religión de la libertad. Sólo hay un paréntesis, que consiste en lo
que se denominó el ridículo parlamento de Frankfurt, que duró por espacio de una
estación. Alemania conquistó su unidad nacional fuera del liberalismo, contra el
liberalismo, doctrina que parece ajena al alma alemana, alma esencialmente
monárquica, mientras que el liberalismo es la antesala lógica e histórica de la
anarquía. Las etapas de la unidad alemana fueron las tres guerras de 1864, de 1866 y de
1870, dirigidas por liberales como Molke y Bismarck. En cuanto concierne a la unidad
italiana, el liberalismo tuvo en ella un rol absolutamente inferior a la contribución
aportada por Mazzini y Garibaldi, que no fueron liberales. Sin la intervención del liberal
Napoleón III, no habríamos obtenido la Lombardia, y sin la ayuda del liberal Bismarck
en Sadowa y en Sedán, muy probablemente tampoco habríamos obtenido, en 1866,
la Venecia; y en 1870 no habríamos entrado en Roma. De 1879 a 1915 corre el período
en que los mismos sacerdotes del nuevo credo denuncian el ocaso de su propia religión,
derrotada por el decadentismo en literatura, y por el activismo en la práctica. Activismo,
vale decir: nacionalismo, futurismo, fascismo. El siglo liberal, después de haber
acumulado una infinidad de nudos gordianos, trata de desatarlos mediante la hecatombe
de la Guerra Mundial. Jamás ninguna religión impuso tan inmenso sacrificio. ¿Tenían
sed de sangre los dioses del liberalismo? Ahora, el liberalismo está por cerrar las puertas
de sus templos desiertos, porque los pueblos comprenden que su agnosticismo en
economía, su indiferentismo en política y en moral conducirían, como han conducido, a
la segura ruina de los Estados. Así se explica que todos los experimentos políticos del
mundo contemporáneo son anti-liberales, y es supremamente ridículo pretender,
por ello, clasificar fuera de la Historia; como si la Historia fuese un terreno de caza
reservado al liberalismo y a sus profesores, como si el liberalismo fuese la palabra
definitiva, imposible de superar, de la civilización.
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IX. El fascismo no retrocede
Las negaciones fascistas del socialismo, de la democracia, del liberalismo, no han de
inducir a creer, empero, que el fascismo entienda hacer que el mundo vuelva
a ser lo que era antes de 1789, año que se indica como comienzo del siglo
democrático-liberal. La doctrina fascista no ha escogido a De Maistre como profeta. El
absolutismo monárquico fue, y así toda eclesiolatría. Asimismo fueron los privilegios
feudales y la división en castas impenetrables e incomunicantes entre sí. El concepto de
autoridad fascista no tiene nada que ver con el Estado de policía. Un partido que
gobierna totalitariamente a una nación constituye un hecho nuevo en la Historia. No
resultan posibles referencias o comparaciones. De los escombros de las doctrinas
liberales, socialistas, democráticas, el fascismo extrae aquellos elementos que todavía
tengan un valor de vida. Mantiene los que podrían definirse como hechos incorporados
a la Historia, y rechaza todo lo demás, es decir, rechaza el concepto de una doctrina que
sirva para todos los tiempos y para todos los pueblos. Admitiendo que el siglo XIX haya
sido el siglo del socialismo, del liberalismo, de la democracia, esto no significa que
también el siglo XX haya de ser el siglo del socialismo, del liberalismo, de la
democracia. Las doctrinas políticas pasan, los pueblos quedan. Podemos figurarnos que
este nuestro sea el siglo de la autoridad, un siglo de derecha, un siglo fascista; si el
siglo XIX fue el siglo del individuo (liberalismo significa individualismo), podemos
imaginar que éste sea el siglo colectivo y, por lo tanto, el siglo del Estado. Es cosa
perfectamente lógica que una nueva doctrina pueda utilizar los elementos todavía vitales
de otras doctrinas. Ninguna doctrina ha nacido totalmente nueva reluciente, nunca
vista. Ninguna doctrina puede gloriarse de una originalidad absoluta. Aunque sea sólo
históricamente, toda doctrina está ligada a las otras doctrinas que fueron, a las otras
doctrinas que serán. Así, el socialismo científico de Marx está ligado al socialismo
utopista de los Fourier, de los Owen, de los Saint-Simón; así el liberalismo del siglo
pasado está vinculado a todo el movimiento iluminista del siglo anterior. Así las
doctrinas democráticas están vinculadas con la Enciclopedia. Cada doctrina tiende a
orientar la actividad de los hombres hacia un objetivo determinado; pero la actividad de
los hombres reacciona a la doctrina o influye sobre ella, la transforma, la adapta a las
nuevas necesidades, o la deja sucumbir. Por lo tanto, doctrina debe ser, en misma, no
ya un ejercicio de palabras, sino un acto de vida. De aquí, las vetas pragmáticas del
fascismo, su voluntad de potencia, su voluntad de ser, su posición frente al hecho
violencia y a su valor.
X. Valor y misión del Estado
Es fundamento de la doctrina fascista la concepción del Estado, de su esencia, de sus
cometidos, de sus finalidades. Para el fascismo, el Estado es un absoluto, ante el cual
individuos y grupos son relativos. Individuos y grupos son concebibles en cuanto estén
en el Estado. El Estado liberal no dirige el juego y el desarrollo material y espiritual de
las colectividades, sino que se limita a registrar sus resultados; el Estado fascista tiene
conciencia de sí, una voluntad propia, por esto es un Estado ético. En 1929, en la
primera asamblea quinquenal del régimen, dije: Para el fascismo, el Estado no es un
vigilante nocturno que se ocupa tan sólo de la seguridad de los ciudadanos; no es
tampoco una organización de fines puramente materiales, como garantizar un
cierto bienestar y una relativa convivencia social pacífica, en cuyo caso bastaría, para
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realizarlo, un consejo administrativo; no es tampoco una creación de política pura, sin
adherencias con la realidad material y compleja de la vida de los individuos y de los
pueblos. El Estado, tal como el fascismo lo concibe y lo realiza, es un hecho espiritual y
moral, pues concreta la organización política, jurídica, económica, de la nación, y tal
organización es, en su iniciación y en su desenvolvimiento, una manifestación del
espíritu. El Estado es garante de la seguridad interior y exterior, pero es también
guardián y transmisor del espíritu del pueblo tal como ha sido elaborado a través de
los siglos en el idioma, en las costumbres, en la fe. El Estado no es solamente presente,
sino que es también pasado y, sobre todo, futuro. Es el Estado el que, trascendiendo de
los breves límites de las vidas individuales, representa la conciencia inmanente de la
nación. Las formas en que los Estados se exteriorizan cambian, pero la necesidad
queda. Es el Estado el que educa a los ciudadanos en las virtudes civiles, les infunde
conciencia de su misión, los incita a la unidad; armoniza sus intereses en la justicia;
lega las conquistas del pensamiento en las ciencias, en las artes, en el derecho, en la
solidaridad humana; eleva a los hombres desde la vida elemental de la tribu a la más
alta expresión humana de potencia que es el imperio; confía a los siglos los nombres de
aquellos que murieron por su integridad o por obedecer a sus leyes; señala como
ejemplos y encomienda a las generaciones que vendrán, a los capitanes que lo
acrecentaron de territorio y a los genios que lo iluminaron de gloria. Cuando declina el
sentido del Estado y prevalecen las tendencias disociadoras y centrífugas de los
individuos o de las agrupaciones, las sociedades nacionales se aproximan a su ocaso.”
XI. La unidad del Estado y las contradicciones del capitalismo
De 1929 a hoy, la evolución económica y política universal ha fortalecido
mayormente estas posiciones doctrinarias. El Estado se agiganta. Sólo el Estado puede
resolver las dramáticas contradicciones del capitalismo. La crisis no la puede resolver
sino el Estado, en el Estado. ¿Dónde están las sombras de los Jules Simón, que en los
albores del liberalismo proclamaban que “el Estado tiene que trabajar a objeto de
resultar inútil y prepararse a presentar sus dimisiones”? ¿Y de los McCulloch, que en
la segunda mitad del siglo pasado afirmaban que “el Estado debe abstenerse de
gobernar demasiado”? ¿Y qué es lo que diría, ante las continuas, solicitadas,
inevitables, intervenciones del Estado en las vicisitudes económicas, el inglés Bentham,
según quien la industria habría debido pedir al Estado que la dejase en paz, o el alemán
Humboldt, según quien el Estado ocioso debía considerarse como el mejor? Verdad es
que la segunda oleada de economistas liberales fue menos extremista que la primera, y
ya el mismo Smith abrió - si bien cautamente - la puerta a la injerencia del Estado en la
economía. Si quien dice liberalismo dice individuo, quien dice fascismo dice
Estado. Pero el Estado fascista es único, y es una creación original. No es reaccionario,
sino revolucionario, pues anticipa las soluciones de determinados problemas universales
tal como en otros países plantean el fraccionamiento de los partidos en el campo
político, la prepotencia del parlamentarismo, la irresponsabilidad de las asambleas, y en
el campo económico las funciones sindicales cada vez más numerosas y poderosas así
en el sector obrero como en el industrial, sus conflictos y sus acuerdos; y en el campo
moral, las necesidades del orden, de la disciplina, de la obediencia a los dictámenes
morales de la patria. El fascismo quiere el Estado fuerte, orgánico y a la vez apoyado en
la más amplia base popular. El Estado fascista ha reivindicado para también
el campo de la economía, y, por intermedio de las instituciones
corporativas,
sociales
y
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