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La economía en una lección
Henry Hazlitt
Traducción: Adolfo Rivero
PREFACIO
Este libro contiene un análisis de los sofismas económicos que han alcanzado en los
últimos tiempos preponderancia suficiente hasta convertirse casi en una nueva ortodoxia.
Tan sólo hubo de impedirlo sus propias contradicciones internas, que han dividido, a
quienes aceptan las mismas premisas, en cien «escuelas» distintas, por la sencilla razón
de que es imposible, en asuntos que tocan a la vida práctica, equivocarse de un modo
coherente. Pero la única diferencia entre dos cualesquiera de las nuevas escuelas consiste
en que unos u otros de sus seguidores se dan cuenta antes de los absurdos a que les
conducen sus falsas premisas y desde ese momento se muestran en desacuerdo, bien por
abandono de tales premisas, bien por aceptación de conclusiones menos nocivas o
fantásticas que las que la lógica exigiría.
Con todo, en este momento no existe en el mundo un gobierno importante cuya política
económica no se halle influida, cuando no totalmente determinada, por la aceptación de
alguna de aquellas falacias. Quizá el camino más corto y más seguro para el
entendimiento de la Economía sea una previa disección le los aludidos errores y
singularmente del error central del que todos parten. Tal es la pretensión del presente
volumen y de su título un tanto ambicioso y beligerante.
El libro ofrece, ante todo, un carácter expositivo, y no pretende ser original en cuanto a
las principales ideas que contiene. Trata más bien de evidenciar cómo muchos de los que
hoy pasan por brillantes avances e innovaciones son, de hecho, mera resurrección de
antiguos errores y prueba renovada del aforismo según el cual quienes ignoran el pasado
se ven condenados a repetirlo.
Sospecho que también el presente ensayo es vergonzosamente «clásico», «tradicional» y
«ortodoxo». Al menos, éstos son los epítetos con los que, sin duda, intentarán
desvirtuarlo aquellos cuyos sofismas se analizan aquí. Pero el estudioso, cuya intención
es alcanzar la mayor cantidad posible de verdad, no ha de sentirse intimidado por tales
adjetivos ni creer que ha de andar siempre buscando una revolución, un «lozano
arranque» en el pensamiento económico. Su mente debe, desde luego, estar tan abierta a
las nuevas como a la viejas ideas; y se complacerá en rechazar lo que es puro afán de
inquietud y sensacionalismo por lo nuevo y original. Tal vez, como Morris R. Cohen ha
apuntado, «la idea de que podemos desentendernos de las opiniones de cuantos
pensadores nos han precedido, quita todo fundamento a la esperanza de que nuestra obra
sea de algún valor para los que nos sucedan» (1).
(1) Reason and Nature (1931), pag. X.

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