social.
El profesor de psiquiatría con quien cursé la materia en el grado, el Dr. Oubiñas, solía decir que
conocía una persona que vivía en ese estado: se trataba de un paciente con una esquizofrenia
paranoide que estaba alojado en el hospital psiquiátrico de Rosario.
Cierta vez, ante la pregunta con la que yo solía provocar a mis alumnos de grado en términos
de si alguno de ellos se sentía así, una jovencita levantó la mano, con absoluta inconciencia del
abrumador desconcierto que provocó entre el resto de sus compañeros. Me apuré a explicar la
situación: “Está enamorada, ya se le va a pasar, no se preocupen: se trata de un estado de
alienación transitoria, autolimitado, que genera inmunidad mas o menos permanente”. Sólo
alienado puede uno vivir en ese estado, y aún una condición agradable, como la del
enamoramiento, puede hacerse incompatible con la vida si uno persiste en ese estado en que no
come, no duerme, y los problemas de la vida no lo convocan a la acción.
De hecho, creo que fue a José Carlos Escudero a quien le escuché decir que más que una
definición de salud, la de la OMS se parece a una de orgasmo. Situación que prolongada en el
tiempo se convierte en priapismo, entidad dolorosa si las hay. Es que creo que a esta altura los
lectores merecen reírse un poco. Los franceses se refieren al orgasmo como pequeña muerte, y
a veces el término bienestar se sustituye en la definición por el de equilibrio. Recuerdo de mis
iniciales estudios de biología que el equilibrio se alcanzaba cuando a uno y otro lado de una
membrana plasmática la concentración de iones era la misma, es decir, cuando en la membrana
dejaba de funcionar la bomba de sodio potasio que al desequilibrar la concentración de iones
definía la existencia de vida. ¿Por qué una definición de salud se parece tanto a la locura y la
muerte?
No sé cómo definen la paz las Naciones Unidas, pero si intentamos saberlo por lo que se ve en
la realidad internacional desde su creación, se trata de algo que seguramente no existe. La
Mafalda de Quino se habría referido a las Naciones Unidas como “esos simpáticos
inoperantes”. Así suena la definición de salud de la OMS: simpática e incapaz de convocar a la
acción. La salud como un estado que no existe, un ideal inalcanzable. El texto completo dice
“la salud es el estado de completo bienestar físico, psíquico y social, y no solo la ausencia de
enfermedad”, con lo que no niega la primer definición y sigue incólume, aunque maquillado, el
primer paradigma. Veamos cómo este maquillaje opera en los distintos campos.
¿Cómo se construye el problema epidemiológico cuando la salud es un concepto referido a algo
que no existe? Deberá construirse un artefacto que refiera a algo que no exista. Y a esos fines
calza perfectamente el concepto de “factor de riesgo”. El riesgo es por definición la diferencia
entre la distribución que un determinado fenómeno tiene en la realidad y la distribución que le
hubiera dado el azar. Una distribución que no existe: la aleatoria, es la referencia con la que se
contrasta la realidad. Cualquier otro fenómeno del que se pruebe según significación estadística
una variación similar en su frecuencia puede asumirse como “factor de riesgo”. La relación
entre ambos fenómenos es probabilística, de ningún modo causal, pero termina aplicándose de
modo causaloide, según lo señala Almeida Filho. Decimos que el tabaco es causa de cáncer de
pulmón, aunque sabemos que si todos fumáramos la causa del cáncer de pulmón sería
claramente genética. (Ver G. Rose)
En nombre del riesgo se van estructurando normativas de comportamiento social que en aras
de un inalcanzable estado de bienestar pueden llevar a convertir la existencia concreta en un
infierno inmovilizador. Es que el mejor modo de no correr riesgos es estar muerto. Así