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A. Malamud

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Publicado en
Luis Aznar y Miguel De Luca (eds.): Política. Cuestiones y
problemas (segunda edición). Buenos Aires, Emecé, 2007.
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Andrés Malamud
1. Presentación
¿Qué tienen en común China, Estados Unidos, Francia, Australia, Suiza, Jordania y
Mónaco? La respuesta parece simple: los siete son Estados soberanos, reconocidos como
tales por sus contrapartes del sistema internacional y miembros de la Organización de las
Naciones Unidas (ONU). Y sin embargo, las diferencias entre ellos son enormes.
Con 1.300 millones de habitantes, un quinto de la humanidad, China es la nación más
poblada del mundo y la cuarta por extensión territorial. Su historia se extiende desde el
principio de los tiempos y no reconoce fundadores; su construcción se fue desarrollando
casi naturalmente durante siglos hasta moldear al gigante actual, y sus tendencias de
crecimiento le auguran la posición de mayor economía planetaria hacia mediados del siglo
XXI.
En contraste, la historia de los Estados Unidos no ocupa más de cinco siglos, de los
cuales apenas la mitad transcurrieron como Estado independiente. La principal potencia
mundial en la actualidad no emergió “naturalmente” sino que fue “inventada” por un grupo
de hombres que, aún hoy, es venerado bajo el rótulo de “padres fundadores”. Sus
pobladores, sus religiones y su lengua de uso oficial se originaron fuera de su territorio, en
el cual se produjo la mezcla de ingredientes que le confirió su singularidad.
Francia, por su parte, constituye el prototipo del Estado-nación. Francés es el nombre
del ciudadano de la república y del idioma que en ella se habla. A pesar de que el Estado
francés es un producto de la guerra y la conquista, su capacidad homogeneizadora disolvió
diferencias y creó una unidad simbólica de gran fortaleza, aunque hoy esté en crisis. Si los
Estados Unidos fueron inventados mediante un contrato constitucional, Francia fue fundada
inicialmente por una monarquía absoluta y consentida posteriormente por la ciudadanía
revolucionaria.
Otros casos ofrecen peculiaridades dignas de mención. Australia tiene un gobierno
parlamentario cuyas autoridades son democráticamente electas, pero su jefe de Estado es
¡la reina de Inglaterra! Lo mismo sucede con Canadá y Nueva Zelanda. A pesar de
compartir el símbolo máximo del Estado, es decir su jefe, estos países son soberanos e
independientes. Suiza, por su lado, está constituida por 23 unidades subnacionales o
cantones que gozan de autonomía sobre un amplio rango de políticas públicas y cuyas
comunas ejercen el derecho de otorgar la ciudadanía. Jordania es un país de Medio Oriente
“diseñado” por Gran Bretaña en 1922 e independiente desde 1946, y su denominación
completa (Reino Hachemita de Jordania) contiene el nombre del linaje árabe al que los
británicos le entregaron el territorio y que aún lo gobierna. Mónaco, finalmente, es también
un Estado “familiar” en el sentido de que su soberanía legal dependió hasta 2002 de la
supervivencia de la dinastía gobernante, los Grimaldi. Este país de sólo treinta mil
habitantes no tiene ejército ni moneda propia y no cobra impuestos a particulares, siendo su
primer ministro un ciudadano francés designado por el monarca a propuesta del gobierno de
Francia.
En síntesis, puede decirse que China es un Estado ‘natural’, Estados Unidos un Estado
‘autoinventado’, Francia un ‘Estado-nación’, Australia un Estado heterocéfalo’, Suiza un

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