Esta incorporación puede darse en la instancia inicial de
escolarización, cuando un equipo terapéutico considera que el
niño o la niña debe comenzar la escuela acompañado bajo un
esquema de “integración escolar” o bien cuando por un aconte-
cimiento o situación especíca que atraviesa el at se suma con su
intervención. En general nuestra experiencia tiene que ver con
esta última modalidad.
Entonces comenzamos un tejido vincular entre acompa-
ñantes, docentes, padres, madres, compañeritos, compañeritas y
el niño o niña que acompañamos. En ocasiones las instituciones
son permeables a la construcción de esta red vincular, en otras no
tanto. En general se viven muchas dicultades en la práctica del
acompañamiento terapéutico escolar ya que como sociedad aún
nos encontramos lejos de generar espacios de inclusión plena para
todos los niños y niñas.
Algunas instituciones demandan que el niño o niña se
adapte a la dinámica escolar como único objetivo del acompa-
ñamiento terapéutico. Escuchamos casos en los que las docentes
hablan de la medicación con su alumno de la siguiente manera:
“¿tomaste la pastillita hoy?”. En tiempos de excesiva medicaliza-
ción, la incorporación de un at en la escuela es un acto político
además de terapéutico.
Apostamos a la escucha de ese niño o niña, lo considera-
mos –en primer lugar- un sujeto de derechos, una persona con
una historia, una familia, una comunidad, unos gustos determi-
nados, una identidad, un sistema de creencias, unas dicultades,
unos deseos. Estamos allí para que ese niño o niña pueda acceder
a su derecho a la educación.
No se trata de generar una situación articial en la que un
agente externo a la institución escolar realiza “con éxito” las in-
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