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a la idea misma de pueblo.
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Este puede ser concebido como populus –el cuerpo
de todos los ciudadanos, o como plebs –el conjunto de los menos privilegiados.
La creación de una exclusión radical al interior de la comunidad política en la
que la parte, es decir la plebs, reclama ser el todo –es decir el populus- es para
Laclau el rasgo distintivo del populismo. Este aparecería entonces como una
forma de sobredeterminación del campo político a partir de un conflicto central
que sigue oponiendo a dos partes de la comunidad pero en el que claramente
una posee la pretensión de encarnar una representación comunitaria global.
Llegados aquí es posible poner en cuestión este supuesto ontológico de
Laclau que asimila sin más la constitución de un pueblo, esto es, de una parte
que tiene la aspiración hegemonista de convertirse en pueblo de un Estado, al
populismo. Consideramos que la tensión entre la parte y el todo es más general
y que el populismo constituye ya una forma de negociar esa tensión irresoluble
entre homogeneización y heterogeneidad de una comunidad política, una
forma particular de resolver dicha tensión entre otras alternativas posibles.
La aspiración de una parte a representar la totalidad de la comunidad
política podría resolverse de forma diferente: a través de una guerra civil en que
la parte impusiera su primacía sobre el todo; a partir de la eliminación del
adversario que es la alteridad constitutiva de una identidad, etc. De las guerras
de religión al franquismo, de Pol Pot a la limpieza étnica de Milosevic, las
tentativas políticas de alcanzar una imposible homogeneidad de la comunidad
política no resisten sin más su automática clasificación como populistas. El
análisis de lo que de Ipola y Portantiero (1989) denominaron los populismos
realmente existentes nos revela un mecanismo, no necesariamente, pero
generalmente menos cruento de alcanzar determinados niveles de
homogeneización del espacio político.
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Como hemos señalado reiteradamente en nuestros trabajos, el populismo
constituye una forma particular de negociar esa tensión entre la afirmación de
la propia identidad diferencial y la pretensión de una representación global de
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La ambigüedad del pueblo como totalidad del espacio comunitario o como parte de él ya
había sido desarrollada por Pierre-André Taguieff (1996).
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En este sentido consideramos que en su último libro Laclau ha vuelto sobre sus pasos, hace
algunos años había escrito: “la ambigüedad entre representación de la comunidad global y la
creación de una frontera en el interior de esa comunidad sería radicalmente irresoluble y las
diversas formas de negociar esa solución imposible –de estabilizar transitoriamente sus dos
términos- constituirían el rasgo definitorio de la política. Si esto es así, el populismo sería tan
solo una forma de negociación de esa tensión insoslayable,” (Laclau, 2001). En La razón populista
se eclipsa esa distinción de la tensión entre la parte y el todo; y, lo que sería ya una forma entre
otras de resolver esta tensión irresoluble (el populismo). A lo largo del trabajo el populismo
aparece asociado con estos dos niveles de análisis, tendiendo a identificarse con la propia
tensión y no con un mecanismo de resolución de la misma. Así afirma: “El punto esencial es
que, como la dislocación que existe en la raíz de la experiencia populista requiere una
inscripción equivalencial, cualquier ‘pueblo’ emergente, cualquiera sea su carácter, va a
presentar dos caras: una de ruptura con un orden existente; la otra introduciendo
‘ordenamiento’ allí donde existía una dislocación básica”. (Laclau, 2005: 155).